Estoy sentada… y de qué me sirve, si tu recuerdo
no se marcha, si tu presencia me acompaña, si tu esencia no se calla, y es que
no puedo decirte nada, porque me encanta estar en este rincón, recordarte con
ansias, soñarte con ganas… quisiera que el tiempo pasara, y con ello mis
recuerdos se borraran; pero, aunque quiera y no suceda, sería el error más
grande de mi vida.
Ya no escucho el sonido de mi celular. Tu voz me
habla susurrante en aquella oscuridad, y da miedo el hecho de saber que me
hablas, pero que no estás conmigo, junto a mí, y me duele pensar que te irás, y
me tiento a recordarte alimentando mi ilusión, matándome en silencio, soñando
con la razón, usando un sentido común que no debería de haber, teniendo la
cordura que no existe en los humanos, porque somos locos, algunos mucho y otros
poco, pero no somos lo totalmente cuerdos como para enterarnos de eso.
¿Sabes qué presencia es la que quiero y al mismo
tiempo la que me mata? Y es que eres esa soledad acompañante y traicionera, esa
lágrima cruda y masoquista, esa rosa marchita sobre una mesa de azar… y no te
niego que la odio, no te niego que lo ame, tan solo me gusta y me conformo…
Hay un delirio lejano que viene como un sueño
perdido, como un dolor ahogado, como un silencio terrenal. Sólo te digo que
entre ese deseo y ese error hay algo escondido, y me da miedo descubrirlo; pero
sólo espero encontrarte de nuevo y no seguir con tu recuerdo del que me
alimento, del que sueño, del que sufro, el que me encanta tener todos los días
conmigo…
Sólo dame tu recuerdo para tenerte presente todos
los días de mi vida. Sólo dame tu presencia para sonreír segura de que no te
irás. Sólo dame una sonrisa para hablarte con mis ojos.
Sabes que te quiero, sabes que te extraño;
entonces, ¿por qué diablos no te das cuenta de lo que hay frente a ti? No te
pido nada… sólo una sonrisa, sólo un abrazo, sólo una mirada.
Te quiero, sólo date cuenta de eso.
Maria Reyes Gómez